- 20 enero, 2012
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Hizo falta un estudio científico de la universidad de Monash en Australia para demostrar que el agua de lluvia que los habitantes de la ciudad de Adelaida estaban recogiendo de sus cubiertas era apta para el consumo humano pese a no disponer de ningún tratamiento antes de ser consumida. Adelaida, la quinta ciudad más poblada de Australia está consumiendo los recursos hídricos que le llegan desde el río Torrens a una velocidad mayor de lo que éste es capaz de generar y las continuas sequías están incitando el instinto de supervivencia de sus pobladores, que desde hace años, han empezado a recuperar la tradición humana de recoger y almacenar el agua durante los meses de lluvia.
El estudio tomó una muestra de 300 familias consumidoras de agua de lluvia sin tratar, analizando su salud gastrointestinal durante el periodo de un año para posteriormente compararla con una muestra de familias que consumían agua corriente. El resultado, apareció en los medios de comunicación más destacados del país y desveló lo que muchos sospechaban, “¡El agua de lluvia es potable!”.
Tradicionalmente las culturas con mayor escasez de agua son las que han desarrollado las más avanzadas tecnologías de almacenamiento. En nuestro país disponemos de un gran legado de ingeniería vernácula del agua que proviene del conocimiento exportado por los descendientes de la etnia bereber, quiénes en distintos momentos de la historia, entraron en la Península Ibérica y en las islas canarias, construyendo grandes infraestructuras de gestión del agua.
El pueblo árabe llevó el culto al agua a su máxima expresión incorporándola en el diseño de sus viviendas, jardines y ciudades, no sólo como medio para la vida sino como recurso decorativo y sonoro que se convertía en un elemento indisoluble de su arquitectura. Sin duda, el patrimonio de arquitectura del agua más conocido es el recinto fortificado de la Alhambra, edificada por el reino nazarí, pero la fundación de Madinat Garnata, -actual ciudad de Granada- había empezado algunos siglos antes con la urbanización del barrio del albaicín por parte de la dinastía zirí.
Este asentamiento, cuyos orígenes se remontan a la época romana, permaneció varios siglos abandonado, hasta que alrededor del año 1020, los ziríes fundaron la Alcazaba Cadima, una ciudad fortificada en lo alto de la colina del actual Albaicín. Sus pobladores, descendientes de los asentamientos islámicos del norte de África, supieron suplir la escasez de lluvia mediante el aprovechamiento de las escorrentías de agua que llegaban desde la cordillera penibética –a la que pertenece Sierra Nevada- y construyeron una red de acequias que se multiplicarían con el crecimiento de la población y cuya agua era conducía por gravedad hasta los depósitos de almacenamiento urbano: los aljibes, situados cerca de palacios y mezquitas.
Los aljibes granadinos se construían semienterrados mediante una estructura que podía estar formada de ladrillos o piedras unidas mediante mortero de cal y además en el interior las paredes se recubrían con cal, que ayuda a la potabilización del agua.
Imagen: Aljibe de Santa Isabel de los Abades. Foto por: Fundación del Albaicín de GranadaLos habitantes del Albaicín disfrutan hoy en día de un suministro de agua limpia a través de una red de abastecimiento heredada generación tras generación durante casi mil años de historia. En 1994, a raíz de la declaración del Albaicín como Patrimonio Mundial de la Unesco, se creó la Fundación del Albaicín que se encarga actualmente de la conservación de los aljibes y del resto de patrimonio arquitectónico.
Pero el pueblo bereber, del que descienden los conquistadores de Granada, había salido mucho antes de los confines de África. Se han encontrado restos arqueológicos que indican que un grupo de aborígenes bereber se instaló en la isla de Lanzarote alrededor de 500 a.C., provenientes del norte de África.
Estos primeros pobladores de la isla, iniciaron la construcción de maretas, una serie de depósitos excavados directamente bajo la montaña para abastecerse de agua por filtración. Con la llegada de la conquista hispana en 1402 se mejoraron y construyeron nuevas maretas. Los habitantes iniciaron la construcción de sistemas propios de gestión de agua en sus viviendas, de forma que se recogía el agua de la cubierta y se hacía circular a través de un sistema de filtrado natural mediante piedra volcánica y arbustos autóctonos para ser almacenada en los aljibes.
Sin embargo a mediados del siglo XX, con la construcción de la primera desalinizadora de Europa en la isla, los sistemas tradicionales de gestión de agua empezaron a caer en desuso, confiando en que la nueva tecnología supliría las necesidades de agua de los habitantes.
Pero a diferencia del Albaicín, Lanzarote debía hacer frente a la llegada del boom turístico, que desde 1960 ha multiplicado la población de la isla hasta convertirse hoy en día en el lugar con mayor crecimiento poblacional de España, llegando a duplicar su población en los últimos diez años. Esta transformación va ligada al crecimiento económico y por ello, se han abierto las puertas a grandes complejos turísticos y residenciales sin poner límite al incremento de las necesidades energéticas y de suministro de agua.
En tan solo 50 años, Lanzarote ha construido hasta cuatro desaladoras cuya energía proviene de los millones de litros de petróleo que llegan a la isla por mar cada mes. Pero como bien sabemos, ningún organismo puede crecer indefinidamente en un planeta finito y en algún momento la creciente demanda colapsa el sistema. Lanzarote se declaró el pasado mes de abril en estado de emergencia hídrica y aprobó la construcción de una nueva desaladora con urgencia eludiendo el estudio de evaluación de impacto medioambiental debido a la imperante necesidad de conseguir más agua.
Mientras complejos hoteleros y compañías públicas gestoras discuten sobre quién debe pagar la factura del agua, los municipios están iniciando su camino hacia un suministro de energía renovable, no dependiente del petróleo, como la geotermia. Pero hay que recordar que la sostenibilidad no pasa por generar toda la energía que conseguimos del petróleo mediante recursos naturales sino que es necesario reducir la demanda para crear un modelo sostenible donde se establezca un equilibrio entre la producción y el consumo.
Quizá ha llegado el momento de que Lanzarote replantee sus políticas urbanísticas y exija a promotores de apartamentos y hoteles una gestión autosuficiente del agua y de la energía que consumen sin esperar que el sistema público lo suministre.
Durante miles de años el pueblo bereber vivió en nuestro país sin necesidad de tecnologías dependientes del petróleo para la generación de recursos hídricos y su población crecía en función de los recursos disponibles sin necesidad de hipotecar a las generaciones futuras.
En el planeta hay 1.200 millones de personas que no tienen acceso al agua potable y se prevé que este número incremente con los efectos del cambio climático. Pero parece ser que una parte del planeta no considera necesario poner un límite a la utilización de recursos y continúan –ajenos a la realidad- orgullosos de sus piscinas de agua dulce frente al mar.