Su pasión por el arte, la historia y Barcelona, impulsó a un financiero, coleccionista y viajero intrépido, de colgar su traje blanco impoluto con Panamá incluido en un piso principal del Call, el antiguo barrio judío de Barcelona. Esto no sin antes cambiarlo por el mono de trabajo, durante una temporada larga dedicada a la reconstrucción de los cimientos de esta finca señorial del siglo 18, cuya estructura había quedado seriamente dañada por un bombardeo acaecido durante la guerra civil. Se desmontó la totalidad de los suelos de parquet y baldosa hidráulica, descubriendo las vigas de madera y los revoltones cerámicos. Con la ayuda de moldes de estyrodur, se ejecutaron viguetas de hormigón armado conectados mediante pernos de acero al envigado preexistente y cosidos a los muros perimetrales mediante mortero de resinas de alta resistencia. La misma labor se realizó a nivel de las paredes maestras, reparando un sinfín de grietas y roturas, unificando la altura de los dinteles al paso.
Una vez consolidada la estructura, se procedió a una reordenación concienzuda de los espacios, recuperando la generosidad de los salones, pasillos y del patio, en este caso construido sobre la huella de una torre de vigía de la muralla romana del siglo cuatro, cuya sillería pétrea se aprecia en la base de los muros perimetrales.
El resto fue, esto sí con mano de connaisseur , conjuntar los trofeos de caza frutos de horas de acecho y rastreo en los mercados anticuarios del mundo, hasta formar un cuadro exquisito, impregnado de la media luz preciosista de las escenas domésticas de un Vermeer. Tal un bodegón barroco, los muebles, esculturas y tejidos traídos de los cinco continentes aguardan, tan impasibles cómo expectantes, el retorno al hogar de la Joven de la Perla, cuya mirada infinita y bondadosa les devolverá la paz soñada al fin de su viaje.
